jueves, 19 de septiembre de 2013

TOM MAVER ( BUENOS AIRES,1985)




Tres poemas inéditos.





En las noches veraniegas el calor se oye.
La piel se ablanda como una red en la corriente
y en los oídos queda vibrando el canto de los grillos.

Te tirás en el pasto a sentir ese manto irreal
de sonido que sube junto a la humedad. En un segundo
grillos, constelaciones y latidos se alinean.

Tirado, sentís ese pálpito inmenso que la temperatura
vuelve más lento. Cerrás los ojos. Tu mente titila,
¿o son las estrellas? ¿O es una gota que acaba de caer en tu brazo?

Tu percepción, empapada en ese punto, se deja alterar
por cada nueva gota que toca tu piel. Quedate quieto
y sentí el olor a lluvia que inquieta a los grillos y los electriza.


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En mi ojo hay una abeja negra
que arrastra, una por una,
las imágenes a mi corazón.

En medio de ese campanario
se deja aturdir y, conociendo la pauta
de mis latidos, hace ingresar la dulzura

del mundo. Su aguijón entra y sale
con suavidad, con violencia quieta,
y fija las imágenes dentro de mí,

que me voy convirtiendo en un panal
hermético, conflictivo e insomne.
En mí están la transición de la luz,

los bichos empastados en el barro,
la sequía enloqueciendo la lengua del perro.
¿No seremos nosotros los ojos sin párpados

de la tierra, llevando por doquier
retazos de una belleza que no alcanzamos
a traducir, ni a tener? ¿No seremos los encargados

de descender un día con su miel?





Fotógrafo de guerra




No sé dónde estoy ni a quién tengo al lado. El gas lacrimógeno
nos hizo salir corriendo a refugiarnos. Estoy contra una pared,
en un rincón semiderruido de un colegio. Imagino que un chico
podría haber estado parado acá mismo, hace unas semanas,
esperando que su castigo terminara. Me tapo los ojos. Toso.
A veces la gente que se tapa los ojos después de ver mis fotos. Siempre,
de un modo o de otro, su mirada cambia al salir de las exposiciones.
Yo, en cambio, nunca puedo salir. Es volver a casa, a mi estudio
a revelar cientos de imágenes. Ver cómo va surgiendo
en el cuarto oscuro, de esa bandeja de fondo rojo y acuoso,
una mirada perdida que asoma apenas debajo de unas mantas,
quién sabe en qué parte de Camboya. Como si tirara de una soga
para sacar de un aljibe de otro siglo imágenes de éste.
Caras de gente que hoy ya podría estar muerta. ¿Los miro
y se mueren? A donde vaya me persigue la sospecha,
la culpa de estarme aprovechando del dolor de los otros.
Me refriego los ojos con este pañuelo lleno de polvo.
Necesito ver pero ya no sé qué es lo que está frente a mí.
Me dijeron que cuando me internaron en Bosnia,
en medio del delirio pedí que rompieran mi cámara
y a mí me quemaran vivo. A veces todo lo que hay es miedo.
Y no sólo a que me maten, sino a que en vez de proteger
a los que fotografío, los esté volviendo más vulnerables y expuestos.
Un fotógrafo trabaja siempre con un ojo cerrado. Con ese mira
hacia adentro y se identifica con lo que ve. Es el ojo de la compasión.
¿Cuánto de mí quedó allá, en Bosnia, en Chechenia?
¿Cuánto de Ruanda y Nicaragua está impreso en el reverso
de mis ojos, en la superficie de mis sueños?
No estoy seguro de si les doy una voz a los que no la tienen,
como se ha dicho. Yo creo sobre todo en lo que dicen los gestos.
Recuerdo ahora un poema de Sharon Olds. Es sobre un soldado
que muere en la guerra de Irak haciéndoles a sus compañeros una seña
con la mano para que no vayan por ese camino. Su esposa,
cuando lo entierra, cree verlo entre la bruma nocturna haciendo
con unos guantes blancos ese movimiento. Las fotos son un poco
como esa seña fulgurante del poema de Olds: nos muestran
lo que está más cerca del infierno haciendo ademanes
que para mí significan: “Por acá no”. Cada vez que alguien
ve mis trabajos, siempre se oye lo mismo: silencio.
Aprobación, reprobación, disgusto, emociones encontradas.
No sé si cambian el mundo. Todos hacemos cosas así,
pequeñas. Sacamos una foto. Escribimos un poema.
Miramos a alguien a  los ojos. Hacemos un gesto.
En mis fotos de Rumania, Sudáfrica, Afganistán
está lleno de eso, de insignificancias que duraron un instante.
Ahora, quien las vea va a ver lo que siente, va a ver lo que oye.




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