Todo poema es una carta de amor
que un hombre solitario se envía a sí mismo
Todo poema de amor es una carta
que un hombre que existe demasiado le envía a su reverso.
Todo poema es una carta
que un hombre que no existe le envía a su fantasma
que un hombre solitario se envía a sí mismo
Todo poema de amor es una carta
que un hombre que existe demasiado le envía a su reverso.
Todo poema es una carta
que un hombre que no existe le envía a su fantasma
Desvaríos-Circe, cuaderno de trabajo 1979-1984
Víctor F. A. Redondo –Ediciones Ultimo Reino -1985
Víctor F. A. Redondo –Ediciones Ultimo Reino -1985
En un momento un novelista y poeta de la edad de mi hijo mayor comenzó a enviarme cartas cubiertas de insultos, sospechas, rencores, verdades, me sorprendió que recurriera a esa mediación en lugar de agraviarme personalmente, en el sentido de que lo verbal es siempre más intenso y vaporoso.
A esas tres o cuatro cartas no las rompí ni fueron al archivo sin fin de aquello que me importa sino que, por un largo tiempo, dieron vueltas por ahí entre papeles más o menos inmediatos.Volvía a ellas como a un desesperado secreto de mi vida porque, de algún modo comprendía que esas injurias escritas con tinta negra en papeles ordinarios, esos razonamientos de la maledicencia, la envidia o el furor eran apelaciones al amor, tan íntimas como un ansiado beso o una demorada cita.
Después el poeta me aludió sin nombrarme en un par de libros pero ya no fue lo mismo, esas palabras llevaban el opaco sabor de la mirada de los otros, de la cosa que estaba más arrojada al mundo que a mis manos.
Enviar una carta nos deja unidos de un modo visceral a su sentido, la carta es siempre nuestra y su destinatario el testigo invitado a la equivocación de lo que permanece vivo y congelado.
El lector no es el sentido ni el destino sino la construcción del espejo de nuestra soledad, su matiz, su anverso.
Como ustedes yo también escribí cartas de amor, novedades, confidencias, muchas veces creyendo escapar de alguna soledad al pronunciarla y en bares,
pensiones, casas que habité, apuraba en largas parrafadas mi soledad, la construía y esperaba también, la ausencia del otro en su respuesta precisa o extraviada y guardaba el papel en grandes cajas tristes que no abría jamás por
temor a hollar los días y los años en que no supe más que esas voces lanzadas al fantasma.
Durante décadas me escribí con gente que no conocí jamás, en las mismas condiciones publiqué un centenar de autores de quienes no supe el rostro ni el tono de su voz o su relámpago y siempre hubo cartas, esquelas, pobres señales del enigma largo; ahora que lo pienso, ese silencio, la pata de alguna caligrafía me ayudaron a creer y confiar, más que los abrazos o el calor de otra presencia.
La mano que trazó el papel, con fuerza o distraída, apoyó su soledad en el signo y habló de nosotros sin nombrarnos, socorriendo la fe de mostrarse con tan pobre instrumento: un cuerpo de palabras, un límite del aire.
Ahora, ya no escribo cartas, cuando me mudé de casa –un largo tiempo viví allí donde el árbol paraíso, los pájaros, las gramilla provinciana, narraban también su corazón de epístola-abría esas grandes cajas, sobres rotos, estampillas durmiendo en su retrato, postales, papelitos, veinte años o más y casi nada, me senté en el patio, miré lo que quedaba, agónicas voces, amigos olvidados, algunos muertos crecidos en lo oscuro y el candor de quien me quiso para nada-.
No, ya no escribo cartas, me inclino frente a la pantalla, iluminado por la banalidad y abro el paradigma del milenio, su brevedad, su espanto…y todo es igual y ya no toco, pliego o rompo, ni llevo un papel por el aire hasta el bolsillo de la camisa o el cajón; las palabras están y no, no están, se han desprendido sobre la insignificante molécula de la globalidad.
Ahora no son opacas sino transparentes, rectas, eficientes y debe luchar mucho la expresión humana para que aparezca allí así, ya tan desnuda.
Decía, hace instantes, que comunicarse es imposible y digo que ahora es más difícil su ilusoria densidad; el silbo de lo real suena lejano.
Me olvidé de escribir cartas, de la birome y el tachón, la torcedura, los escritos en el margen-que siempre decían-dicen-más que los escritos en el centro, la solapa mal pegada, el remitente que no fui.
Ya no me animo a escribir cartas, miren si se nota la edad de mi temblor, el modo en que arruiné los silencios del sueño…y sin embargo recuerdo tu letra en esos sobres blancos tamaño oficio, tu letra de araña mal colgada, la forma en que empezabas a contarme y como esperaba yo, no tu ser, sino su materia de palabras…
Ya no voy al correo, suena el timbre, nadie…escucho el plástico del teclado, veo rostros incendiados en el cyber, ellos también escriben cartas, esperan su reflejo… en otros cofres o discos o medalla guardarán ese precario milagro donde un hombre que no sabe contenerse, encuentra en el aire de otro hombre, su piedra y su descanso.
Leído en el ciclo de la Secretaría de Cultura y Educación de Rosario, Leer contra el olvido, Junio 2005.
Publicado en El Diario del centro del país-Villa María –Córdoba -Junio 2005
Me gustó mucho, Ale, y también me dio nostalgia, saudades portátiles, como dice Trejo.
ResponderEliminarTe mando un abrazón,
GG
gracias por hacernos, los que te seguimos en el blog, complices de algo muy personal.
ResponderEliminarMe gusto mucho y espero que nos cuentes mas cosas de tu vida...
besos
Yo escribo cartas...será que para mí lo importante no es en encontrarse con uno mismo sino con alguien.
ResponderEliminarSaludos
Silvi
Me gustaría saber, si alguien generoso podria compartir este poema que alguna vez enamoro mi alma de niño, y hoy reencuentro. lo he buscado por años, vivo en chile
ResponderEliminarDesvarios