DOS FRAGMENTOS
El
brazo del río jamás esgrime espada.
Los
dientes de ajo no comen duraznos.
El
ojo de agua desconoce el monóculo.
El
cuello de botella no porta collares.
La
oreja del pocillo no escucha a Beethoven.
Las
manecillas del reloj no usan guantes en invierno.
Los
durmientes del ferrocarril no se despiertan a su paso.
Las
palmas de las manos no dan dátiles.
La
luna de miel no atrae a las moscas.
Las
cabezas de los fósforos no tienen aureola, aunque alumbren como santos.
El
lomo del libro no recibe latigazos.
La
garganta del desfiladero no teme al mordisco del vampiro.
La
silla de brazos no es pródiga en abrazos.
El
ojo de la cerradura no duerme de noche.
El
ojo de la aguja ni siquiera pestañea.
La
luna del espejo no altera sus fases.
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Hay
un cambio de guardia en la noche.
Algún
ciego tañe el viento.
¿Pero
qué hace que los muertos
destiendan la
cama,
crucen a nado
el aire de la casa
o nos
hagan pronunciar extrañas palabras?
¿Quién tira
del mantel
y
tumba las cebollas?
¿Qué
mano invisible nos toca la espalda?
Podemos
acusar al viento
de
trisar otra orilla del sueño,
de
tropezar con seres ausentes,
de
descolgar los retratos de los sueños.
¿Pero
quién asegura que los puentes
no
caminan sobre el río
entrando en
la noche?
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