“Mi
reino está en mi sombra…”
Olga
Orozco
Pensar la obra de un poeta desde su contemporaneidad es un
acto que aspira a poner en paralelo una lectura crítica al desarrollo vivo de
la poesía como dos discursos que dialogan en tiempo real, surcados por los
mismos vientos y preocupaciones. Ese diálogo es, justamente, una pequeña
ventana a la comprensión de nuestro tiempo. Ni uno ni otro discurso resulta
complementario; al igual que las glosas medievales, la crítica es parte del
texto total que leeremos en el futuro, en este caso, como “poesía argentina de
los siglo XX y XXI”.
La poesía de Alejandro Schmidt es una de las obras más
llamativas de los últimos tiempos. Iniciada en 1983 con Clave menor y desarrollada a lo largo de los años con la
publicación de más de cuarenta títulos, y una vida dedicada a la difusión de
otros autores, resulta ineludible para pensar la poesía argentina desde la
recuperación de la democracia hasta el presente.
El poeta –de quien hablaremos poco- nació en Villa María,
Córdoba, en 1955. Desde 1982, fundó y dirigió revistas como Luna
Quemada, Huérfanos, El
Gran Dragón Rojo y La
Mujer Vestida de
Sol. Entre 1990 y 2007 dirigió la Editorial Radamanto,
que editó plaquetas, folletos y libros dedicados a la poesía argentina, y la
colección de carpetas Alguien Llama. Fue traducido a
varios idiomas e integra numerosas antologías en diferentes países. En 2013, la
editorial Nudista publicó una “Antología existencial” de su obra, bajo el
título Romper la vida.
Yendo a contracorriente de las modas literarias, de las
gracias de la política oficial y de las exigencias del mercado ha ido edificando
un reino propio, un reino en la sombra (como escribiera Orozco).
Una filosofía propia (no de Schmidt sino del conjunto de sus
poemas) va construyéndose en la lectura. El alma, el diablo, los demonios, los
monstruos, los perros, el lobo, el ángel, la rosa, la luz, dios, los muertos, son
puntos de una constelación única. “Qué desastre / vivir”, dice en “Días
cumplidos” del poemario Mi metafísica
(2012); el “desastre” cuya etimología refiere a la disgregación del astro, un
mal augurio en la antigua astronomía, el estallido del dios y su dispersión
entre las cosas. Encontrar los fragmentos del “desastre” es la tarea del
lector. Una tarea que exige más que anudar palabras y transitar imágenes.
No resulta fácil trazar analogías con el cuerpo de la
cultura: no hay objetos sino símbolos, no hay motivos ni figuras tradicionales
sino monstruos, demonios y ángeles de lo inconsciente. Leer a Schmidt es pactar
con las sombras, porque la “verdad de lo evidente”, como se titula uno de sus
poemarios, es una verdad reducida, que no alcanza a completar los laberintos
del alma.
Entre las referencias de lecturas que Alejandro Schmidt ha
señalado en diversas entrevistas se destaca la figura de Enrique Molina. Ambos
poetas comparten la concepción de la poesía como “una forma de vida” y como una
experiencia del lenguaje que trasciende al materialismo del poema como
artefacto del consumismo contemporáneo. Declaró Molina en una entrevista:
“Dentro de una sociedad siempre opresiva,
de estructuras morales rígidas, consumista, donde los únicos valores parecen
ser los del poder, a través del dinero y de las influencias políticas, el poeta
persigue otra cosa: la realización total del ser a través de la poesía” (Torres
Fierro: 1986).
Un ser que en el caso de Schmidt se realiza a través de un
lenguaje tramado como una mitología, generando un sistema donde cada figura
dialoga con las otras y significa sólo en esa relación. Figuras que proyectan
una historia a lo largo de los diferentes poemarios y que sostienen las
columnas de un imaginario metafísico y verdadero. Porque lo verdadero radica en
la ética que la poesía de Schmidt disemina en cada signo, y que absorbemos en
cada lectura, en cada experiencia de lectura.
Admirador y estudioso del Romanticismo alemán, Schmidt nos
remite a pensar en Hölderlin:
“Y como una fatalidad debemos volver a la
ya eterna pregunta de Hölderlin ¿Para qué poetas en tiempos de penurias?
(Elegía 248-Pan y vino) sí ¿para qué? y para qué la rosa, el tigre, la manzana?
y para qué el horror, lo injusto, la mentira?
Lo que a menudo no sirven son los hombres,
esta civilización, su raro acuerdo con la indiferencia a lo sublime, a lo
sacramental, el complot criminal de los mediocres.
La poesía es una fuerza que sostiene al
mundo.” (Extraído de su blog: http://romanticismoyverdad.blogspot.com.ar).
Brillante definición, la poesía sostiene a un mundo que de
lo contrario se derrumbaría en la miseria de los discursos corrompidos y
vacíos; no habría misterio, sombras ni pliegues, sino un lenguaje plano,
iluminado por la farsa de un racionalismo depredador (el mismo racionalismo que
dice a cada instante: guerra, civilización,
máquina, éxito, show, imagen, moda, novedad).
En una entrevista realizada en 2014, Schmidt decía:
“Yo soy creyente, en Dios, no en la
iglesia. La iglesia la odio. Yo creo que vos, yo, este señor, la señora que
está gritando ahí, en muchos momentos de la vida somos más grandes que
nosotros. Somos más que nosotros, y más que la vida. Creo que toda esa pregunta
sobre Dios, la eternidad, la muerte, el sentido del tiempo y el sentido de la
vida indican eso. Ahora, lo que hay después, llamale como quieras, pero yo creo
que la muerte es una puerta” (Lamberti: 2014).
Las preguntas existenciales y la posibilidad de buscar
respuestas en las caras menos evidentes
de la naturaleza son el eje de la poesía de Schmidt. “La muerte es una puerta”
dice el poeta, y otras puertas son sus poemas, los cuales, no como lumbres
racionalistas sino como pasadizos oscuros e inciertos, nos conducen a una
experiencia transformadora.
Una voz que asume el riesgo de no pactar con el habla
coloquial, así como tampoco con el retoricismo poético de las fórmulas
repetidas, pero que mantiene un intenso diálogo con el mundo. Un mundo que se
agrieta en sus poemas, un mundo cuyos discursos sociales siguen principios
opuestos a esta poética: la prevalencia de lo fácil, lo cómodo, lo impactante
como falacia que no desborda a “lo decible”, la amenidad del best-seller, el
olvido de la tradición para “reinventar” lo viejo, etc. La poesía de Schmidt,
como toda poesía digna, está al margen de conceptos mercantiles como “fácil /
difícil”, “nuevo / viejo”, “popular / elitista”. Porque estas etiquetas sólo
caben a los discursos predecibles, fácilmente absorbidos por los medios que
monopolizan la circulación de la palabra.
En cuanto al uso del lenguaje, la metáfora es un recurso que
lleva a sus límites y que llega a desgarrar: “El alma es un perro blanco que se
baña”, “La voz es un perrito del lenguaje”, “adentro del lobo hay campanarios”;
la reconstrucción del sentido sólo puede darse en el terreno del poema y de los
poemas. Leyendo de manera suelta los textos de Schmidt podríamos caer en un
vacío al no recuperar las huellas de lo dicho, o en el mejor de los casos, si
la experiencia poética se hubiera producido en alguna medida, conectaríamos el
poema con el afuera, nuestras lecturas y vivencias personales. ¿Pero quién
podría afirmar cuál de estas lecturas es la más conveniente, la verdadera? Hay
en la poesía de Alejandro Schmidt una invitación a traspasar los planteos
teóricos de la crítica, una invitación a ser leída como sombra y no como
materia, es decir, como una voz que emerge de más allá de los discursos
corrientes y sus leyes. Lo expresa con gran belleza el poeta:
“si para escribir / un reino / una ceniza /
hay que perder la casa / luchar entre fantasmas” (“El cielo roba a mis
espaldas”, Mi metafísica, 2012).
El reino de Schmidt es vasto, y sus murallas se imponen a
quien no esté dispuesto a enfrentar a la esfinge. “Luchar entre fantasmas”,
luchar en el terreno de las sombras, no entre los cuerpos de la palabra
mundana, servil al poder e “insignificante”:
“Si querés que te lean / tenés que escribir
de lo insignificante” (“No es que la vida se haya vuelto inexpresable”, Mi metafísica, 2012).
Y arremete contra los poetas de la insignificancia, aquellos
que en vez de aspirar a construir un reino buscan un cómodo hueco en el centro
de la escena iluminada por fuegos de artificio: “detesta la Poesía a sus poetas” dice
en “Verdad de lo evidente”, del poemario homónimo. Porque la Poesía con mayúscula, como
aparece en el verso citado, prescinde de sus poetas, prescinde del ego de sus
poetas y de las banalidades del campo literario. La Poesía es para Schmidt una
experiencia más cercana a los antiguos textos sagrados que todas las culturas
han construido anónima y colectivamente. Porque en esa escritura se sacraliza
el mensaje y no el enunciador. Surge la divinidad en la carne de la letra, una
divinidad que es el sentido ético del lenguaje: “dios se desnuda en lo
imposible”, reza en “Crece el infierno”, de Verdad
de lo evidente.
La voz de los poemas suele ser asumida por un yo humano: “muy
cerca del Mal / mi amor y yo // vivimos” (“El alma adora morder”, Mi metafísica, 2012); “viví / lo fui
quemando todo” (“Con esto”, Nace tu
lámpara, 2012).
Un yo que vive y respira siempre sumergido en las palabras.
Un yo que atraviesa el amor, la muerte y el tiempo con intensidad:
“si tengo que saltar hacia tu corazón y
devorarlo / eso haré / el hambre me perdona” (“El lobo escucha la verdad del
cielo”, Verdad de lo evidente, 2011).
“madre // la ropa que me diste / ya la
gastó tu hijo / comprando tu silencio / mirame ahora como siempre / soy ese
hombre que camina bajo la lluvia // pensando en tantas cosas” (“Un hombre va al
trabajo”, Escuela Industrial, 2008).
En este último ejemplo, el hombre desnudo por la vida, su
ropa gastada como el tiempo de la madre; un poema titulado con simpleza “Un
hombre va al trabajo”, trabajo del vivir, trabajo de ser hombre.
Cada poemario de Alejandro Schmidt es una obra íntegra, con
ejes definidos y con un desarrollo delineado por sus propias leyes. Cada libro,
si bien dialoga como hemos dicho con el resto de su obra, presenta una búsqueda
original y diferente. Desde Escuela
Industrial en que el sujeto poético es un trabajador que vive los
aconteceres de la escuela y su contexto como analogía del país y de la propia
vida, a poemarios como Nace tu lámpara o
Mi metafísica donde los seres
sobrenaturales componen una mitología del alma humana, Schmidt demuestra que la
poesía no es un mero pasatiempo ni un juego de taller literario.
Quizás sea posible, entre las líneas que cruzan la historia
literaria argentina, ubicarlo junto a poetas como Enrique Molina, Jacobo
Fijman, Aldo Pellegrini, Olga Orozco, Alejandra Pizarnik, entre otros. Todos
con una particular relación con el surrealismo, con lo que el surrealismo fue
en la Argentina,
con el modo en que cada uno de ellos hizo del surrealismo una perspectiva. Me
parece interesante citar nuevamente a Enrique Molina, porque creo coincidente
su postura con la tomada por Alejandro Schmidt ante este movimiento:
[El surrealismo] “no se trata de una
escuela literaria, sino de una concepción total del hombre y del universo: un
humanismo poético, en cuyo centro está el hombre, no la divinidad, proyectado
hacia lo absoluto, con todos los poderes implícitos en su condición” (Loustanau
y Berreiro Cavestany: 1987).
Alguna vez le preguntaron a Alejandro Schmidt cómo definiría
su propia poesía, y respondió: “Como un estudio de la luz, una preocupación por
el mal y una larga confesión de aquello que a nadie interesa”. Estudio,
preocupación y confesión. Estados de quien está alerta (en el sentido budista del término). En el prólogo a su reciente
antología, Romper la vida, Irene
Gruss piensa la unidad de su obra:
“Si algo reúne sus libros, creo que es el
odio: esto es, la conciencia; el no perder tiempo, a la hora de escribir, en
algo vano; una visión de mundo inequívoca (taladro fundamental y pozo); un
punto de vista que no perderá el contraste, la dialéctica, sí, el fluir; eso
que algunos llaman verdad y otros ficción; el sostener eso que algunos llaman
poética y otros una razón de ser. Y a la vez y siempre, otra cosa, otra cosa; para
bien de la poesía argentina” (Gruss: 2013).
La conciencia, resalta Gruss, aúna los poemarios de
Alejandro Schmidt. La conciencia de un plano que no necesita someterse a la
impuesta “realidad” brillante, sino que puede sostener una existencia y un
decir autónomos, sin dejar de atravesar la luz de los días; proyectando una
sombra, una poética de las sombras que se mueven entre lo real y lo simbólico,
génesis de la representación artística, espacio donde la ley se ve alterada y
lo impredecible, lo inestable (con sus temores y credos) toma relieve. Y desde
allí, el poeta taladra (usando la metáfora que Irene Gruss propone en el citado
prólogo), rompe, las farsantes voces del mundo y sus máscaras para abrir la
vida.
Bibliografía
Gruss, Irene (2013).
“Prólogo”. En: Schmidt, Alejandro. Romper
la vida. Antología existencial. Córdoba, Ed. Nudista.
Lamberti, Luciano (2014).
“Entrevista a Alejandro Schmidt”. En: https://revistapaco.com/2014/02/19/entrevista-a-alejandro-schmidt
Loustanau, Fernando y
Berreiro Cavestany, Javier (1987). “Enrique Molina: A partir de cero (entrevista)” en: http://www.triplov.com/surreal/molina.html
Torres Fierro, Danubio
(1986). Memoria plural. Entrevistas a
escritores latinoamericanos. Buenos Aires, Sudamericana, pp. 192-193.
Diego L. García
Prof. en Letras
(Universidad Nacional de
La Plata)
II Jornadas de Creación y Crítica Literaria 2014 - Centro Cultural de Cooperación Buenos Aires - Agosto 2014
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