viernes, 20 de febrero de 2015

Generalmente cuando…




el tiempo que paso sin escribir

sin pensar en escribir

sin ansiar

o añorar

sin eso



a quién importa si no me importa a mí



si estuve releyendo a Nehemías

a quién importa la casa de Judá

los baldes y la espada

(me hundo en 2000 años de un relato

una pequeña circunstancia de la deidad occidental

adónde están los demás

adónde lo demás)



algunos quieren el sol

o se revuelcan en la nieve



mientras tanto



gran época la vida sola

gran sueño de ojos abiertos



en la filosofía clásica 

el tiempo

ocurre los problemas de la muerte



cuando se amansa mojada de pánico

y aparece

la eternidad

refresca el inconveniente de la muerte



(tenemos multitud de enigmas

retiros

ante lo justo del azar)



razono



la certeza basta para la publicidad o la empresa de vivir



ustedes se imaginan

ahora estoy acá mismo

sin nada más que hacer



todos alcanzamos alguna intimidad con el pavor



generalmente cuando…



y después



las opiniones.

miércoles, 11 de febrero de 2015

advertencias






un Testigo de Jehová llama a la puerta
tienen cara de espejo
así que lo hago pasar
para mirarme un rato

dice que la Bestia reposa sobre la ONU
y que hay señales del diablo
por Internet

considerando mis problemas, el dolor,
la tela rota del invierno
y que
el amor sostiene hasta la última araña
¿qué debo responder a este hombre?

ensimismado
le doy razón, sentidos

después espero que llegues
para contarte
acerca de esta visita
que ha distraído mi mañana.



del libro inédito Razón para quedarse

domingo, 8 de febrero de 2015

Como una enorme y desdichada nube destruida





Oda a la sangre


A Alberto Morera

Esta noche en que el corazón me hincha la boca duramente,
sin pudor, sin nadie, quisiera ver mi sangre corriendo por la tierra:
golpeando su cuerpo de flor,
-de soledad perdida e inaguantable-
para quejarme angustiosamente
y poder llorar la huida de otros días,
el color áspero de mis viejas venas.
Si pudiera verla sin agonía
quemar el aire desventurado, impenetrable,
que mueve las tormentas secas de mi garganta
y aprieta mi piel dulce, incomparable;
no, ¡las mareas, las hierbas antiguas,
toda mi vida de eco desatendido!

Quisiera conocerla espléndida, saliendo para vivir fuera de mí,
igual que un río partido por el viento,
como por una voluntad que sólo el alma reconoce.
Dentro de mí nadie la esperó. Hacia qué tienda o calor ajeno saldrá alguna vez
a mirar deshabitada su memoria sin paraíso,
su luz interminable, suficiente.
Quisiera estar desnudo, solo, alegre,
para quitarme la sombra de la muerte
como una enorme y desdichada nube destruida.

Si un día no fuéramos tan extraños, defendidos,
que oyéramos gemir las hierbas igual que un sediento hábito peregrino,
limpios del humor sucio, corruptivo,
me cortaría las venas de amor
para que se escuchase su retumbar;
para vestir mi cuerpo solitario
de un larguísimo fuego delicioso.

Pero no ha de llegar nunca ese tiempo mágico,
como no llega la felicidad
donde no vive el olvido, una voz muerta,
apagada voluntariamente.
Ni mar ni cielo ni flor ni mujer: nada;
nadie la ha visto llevar su rosa vulnerable,
su desierto extraviado entre inútiles bocas.
¡Qué duro silencio la cubre!
Ya no sé dónde llega o la distrae la vida
o desea dejarla
desprendida.
Dónde se angosta su piel imposible,
su lento signo enigmático: llama de esencia sin despedida.

A través de la carne va llorando,
metida en su foso sin cielo,
en su noche despreciada,
con su lengua eterna, contenida.
Qué gran tristeza la vuelve a la vida sin cansancio;
al reposo, cerrada.

¡La muerte inmensa vela su sueño sin alborada!

Nadie sabe nada, nunca. Nada.
Todo es eso. ¡Ansiedad vuelta hacia dentro,
sorda, detestable; alejada!

Majestuosa en su mundo obscuro, volverá a su raíz
indefinida, penetrante, sola.
Tal vez un río, una boca inolvidable,
no la recuerden.


Ricardo Molinari (Buenos Aires,1898 - 1996)
 

De: Odas y otros poemas