jueves, 15 de enero de 2009

ODA

¡No te alegres de mí,día hermoso,como un enemigo!
¡No te vuelvas fuerte contra mis desnudos ojos y cabeza!
Déjame vivo,sucedido;inmenso de furor y aborrecimiento,
dentro de mí,para mí,
en inestimable desdicha.

Hay edades que no olvidan sus seres.Sus cuerpos viajan por
los bordes últimos del cielo,
con los brazos cubiertos de amapolas,junto a los encimados
y amarillos ríos.
Allí,donde a veces llega la tierra,hambrienta,a llorar la perdición
de sus otros hijos.
No os contentéis,días,no traigáis vuestras húmedas cabezas tan
levantadas,en el inmenso frío.
¿Quién volverá de vosotros,solitario,con la memoria interminable
y la boca sin entendimiento,de amargura?

Inmóvil y ciego quiero cantar otro espacio:cuando el aire se
llenaba de unas flores,
y el campo era hermoso como mi rostro y pensamientos.(No;
no quiero que nadie me olvide:ni los pastos,
ni el viento dulce de las llanuras.-Miserable y seco,nacido
para la muerte.)
Hay unas horas en el sur,cuando el otoño llega con sus cielos
clarísimos a mirarse,
la corona cerrada de jacintos,en los grandes ríos
y en las lagunas quietas igual a una manta;
un instante,en que los pájaros del verano
buscan las costas abiertas,hacia el mar ligero.
Y hablamos de los seres,
de las distantes sombras;del rumor insaciable y ajeno del olvido
sobre la tierra.

(Y vosotros huís,días entre los vendavales,igual a tormentas,
con los rabiosos labios sucios,
o como Acteón,comidos y vagabundos.
¿Cuál de todos,no vuelto aún será para mí, y para mí,con mi
tremenda soledad arrepentida?
¿Cuál arrastrará mi lengua por las incomprensibles praderas y el
cielo,
por los inútiles años que mi cuerpo visitó el mundo?)

Los grandes patos pasaban volando dtrás del sol.
Yo miraba el atardecer con mis ojos desnudos;las tierras
encumbradas,lucientes en la oscuridad.
Las ciudades,donde aún la luz resplandecía en las tinieblas.
En el sur el otoño comienza con los pájaros,que buscan los
árboles de la primavera en medio de la noche.
Con el céfiro fino,menudo,que empieza a rozar la hierba, a mover
los ríos;a mojar el aire de la tarde.
¡Oh estériles recuerdos,nada inagotable!¿Quién hallará mi cuerpo
en medio del campo,ensordecido,lleno de voces,
revuelto y con los pies resbaladizos atados con una serpiente?

Ricardo E. Molinari (1898-1996)

del libro El huésped y la melancolía (1944-1946)

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