Serrallo
Otros ya idos
me coronaron reina:
final de un linaje de crueldad.
Audaces, los que quedan.
Acérquense.
Anímense a ser vistos así.
Voy a crear la palabra perfecta
voy a decir sus nombres
hoy nacen a mis brazos.
Engendraremos
un ejército voraz.
Vamos a arder y brillar.
El beso en la oscuridad
Bajo la escalera
de la casa grande
escondidos del verano
la dulzura de tu piel
en la oscuridad
y la humedad habitual
de los espacios cerrados.
Entre bicicletas
escobas y jaulas
nos besamos.
El amor ardía en los cuerpos.
Había que besarse e incendiarse.
Involución
Ahora que tu torpeza
ha disparado hijos
en útero joven
del rencor de la primigesta cuidate
rogá que en cloacas se pierda
el nonato en alta noche.
Si no hay con qué y prende
-pues toda carne tiende a la vida-
cuando crezca y abunde
en gestos estúpidos que festejarás
llegado un día negarás tu prole
y otras vaginas correrás a buscar
no flojas ni anchas de parto.
Con el tiempo te derramás
en obvias honduras nuevas.
Cada espasmo seminal tuyo
nos acerca un paso al mono.
Liturgia
En los momentos más altos
desde puntos lejanos
los veo acercarse
vienen a mí con ofrendas.
Doy mi cuerpo y comen
doy mi sangre y beben.
Vivo en ellos
como la madre en los hijos
que un día le darán la espalda.
Casta de cuervos
que hubiera preferido
no engendrar.
de El ojo del que mira, Editorial La Carta de Oliver, Buenos Aires, 2009
excelente.
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