QUÉ FÁCIL PERDONAR A LOS QUE AMAMOS
Qué fácil perdonar a los que amamos,
en su estandarte vemos la gloria misma
de nuestro rostro al óleo,colgado de un perdón
en el retrato.Qué fácil la indecisión romana,
el dedo arriba respecto de nuestras mismas costas,
qué fácil es pagar la culpa si el arca nuestra
entera en el perdón se salva del tributo.
Porque es nuestro ese afán,
el error que corre como un loco entre los pinos
a nuestra casa misma alerta y nos encuentra
atentos al leño que arde a nuestros pies,benévolo
el carácter,extendida la mano,solícita la espera.
Si se extendiera el perdón como una esfera,
englobando a todos en su gesto,
si comprendiera uno en su centro
cuánto de eso nuestro se esconde allí en lo ajeno,
si fuera el otro sutil la gran manera
de ver mi mano extendida en sus tendones...
Si fuera como es y no parece,
así como es fácil perdonar a los que amamos,
en lo malvado y réprobo surgiría el mismo rostro,
el rostro más temido,lo más odiado
traicionaría el fondo ardiente
de lo igual y roto el límite de lo que amamos,
el cerco pisoteado por lo idiota que es santo,
humano al fin sería el mundo
y entera es mi entrega a esa manera.
EL RESPLANDOR
En un día, envejeció dos años.
En una semana diez.
De pronto contempló viejos sus dedos
aferrados a una carta que parecía,
como él,ya antigua,
aunque su fecha era la de un diario
que apenas,todavía en su mesa
consumía incipiente el amarillo.
Al releerla descifraba en cada oportunidad
nuevos significados :
se empecinaba en encontrarlos,
incesantemente pugnaba por colocar
remiendos de interpretaciones favorables
sobre la dura,explícita afirmación del papel.
La única.
Entonces se acurrucaba sobre la evidencia
pidiéndole todavía algún abrigo
y,derrotado,luego se entregaba a lo negro del día.
Había malignidades que veía brotar aquí y allá:
desconfiaba de todos,creía ver evidentes
todas las malas intenciones que,ciertamente,
guardan los hombres en su corazones.
El día siguiente
era el ejemplo mismo de lo siniestro.
Bebía sordamente en la oscuridad del mediodía
y maldecía al tiempo y a la especie
que los engendrara a ambos.
Estúpidos su zapatos,estúpidas las calles,
estúpida su dirección y estúpido su apellido,
la luna estúpida en un azul idiota
sobre la tierra negra y extendida.
Nada significaba nada sobre el mundo,
donde sólo su carta era.
Luego,un día,al recibir un llamado telefónico,
debió afectar una voz tranquila para no traicionarse
al oír reconsideraciones,insinuaciones,
un ruego escondido que muy fácil y muy claro
le resultó escuchar y la promesa de enviarle
otra carta muy distinta de aquella
que nunca debió llegar.Serenamente
colgó,dando por salvado su universo
y aún más allá,la suma de las cosas.
Al abrir la ventana,el verde
había vuelto a los árboles
en su mayor intensidad,
brillaba la calle como antes,
nuevamente escuchó la voz de los hombres,
el ladrido de un perro lisiado le alegró,
era eufórico el futuro y salvado
el pasado,más presente cuanto
había de presente a su alrededor.
Joven de nuevo por el nimio acto
de un ánimo en eterno remordimiento
(aunque lo sabía,de modo alguno le importaba,
en absoluto) extendió la mano
y tocó en el aire El Resplandor.
Era lo único que le interesaba ver
y nada le importaba,en lo más mínimo,
el ofrecido conocimiento de otros mundos.
EN EL BALNEARIO
Demoré cuarenta años en llegar al Pacífico.
Durante esa travesía hacia el poniente,
hacia estas aguas que eligen
como espuma llegar hasta el planeta,
abrí puertas que daban a insólitas escenas,
donde a veces alguien gritaba y otras
todo el teatro se quedaba en silencio.
Fueron centenares de habitaciones las que crucé
ante de llegar ante el Pacífico.
Conocí el pánico de vivir
y la fobia de morir,
dos hermanos gemelos.
Aprecié millones de gestos,muecas,rictus.
Oí en los vecindarios amalgamas de risas,
sollozos y lamentaciones,y muchas más
quedaron en ese cielo ajeno
al que se le da la espalda.
Estoy ante el sitio que dio nombre al azul,
frente al lugar donde el pesado color
se mece entre dos tierras.
Estoy inmóvil al borde mismo
como la piedra que una mano arroja
para que otra mano,invisible,la detenga.
Como aquel que sale a las euforias del sol
de las complejidades de un mundo subterráneo,
sombra sólo él bajo el extenso mediodía.
Porque también soy ese hombre.
El que,en un paisaje de espejos,
es devuelto a su única imagen
por el reflejo de las olas,
apra vivir -entonces y nunca antes-
el instante en donde todo acaba y se termina:
es el rompecabezas,que se arma.
El sol,el poco pasto,el aire que también es azul
y las exactas manchas del negro de las rocas
están finalmente en su lugar.
Este el sitio donde se sabe
que levantar un puñado del volátil suelo
es arañar el vaso del reloj de arena.
Donde se interpreta que esas rápidas
construcciones de agua,
esos vertiginosos lazos de plata que suben
y pronto en lo muy hondo se sumergen,
son el mar que piensa
y que esas oscuras aves
-que repentinamente allá se elevan-
son sus mejores ideas,
esas que se marchan para siempre.
Estoy ante el Pacífico
como el hombre ante el fuego.
del libro,La tarde del elefante y otros poemas,Instituto Cultural de Aguascalientes & Azafrán y Cinabrio ediciones. México .2008
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