domingo, 1 de febrero de 2009

EDUARDO D'ANNA (ROSARIO,1948)




PIEDRA ENCONTRADA


En esta ciudad
cuando alguien abre las puertas
del Infierno, se nota.

Los árboles mutilados
se estremecen
en las plazas falsas,
los vidrios
de los escaparates
se humedecen
sórdidamente, porque
había inocencia aún
y algo
ha caído sobre ella.
Es que hemos olido
otro cuerpo,
y es distinto
de como lo soñamos,
en las recalentadas
calles, mucho tiempo
atrás.

Son vidas, sí. Primaveras.
Pero nunca con el exacto
tono del viento: frío
si hace calor y viceversa,
como el suavísimo olor
que ahora sabemos
que no será descanso.

Y hay que vivir,
mirar a los ancianos
sentados en el balcón
al atardecer, las ventanas
abiertas, la impudorosa
visión del techo
de su habitación,
de su araña, del extremo
de su ropero donde hay
textiles flores de sueños
de películas en blanco
y negro,
con olores también,
que uno no sabe
si recuerda.

Pararse. Mirar eso
antes de entrar, de subir
a la entrega de ella,
al deseo que se culmina
y vuelve a abrir
la puerta de las muertes.

Cuando creías en los poemas
era cuando todo
parecía posible: los viajes,
el amor como un viaje,
pero has hecho ahora
esos viajes, trayendo
y llevándote átomos,
cosas que existen,
de todos lados.

Confundirte. Podrías
confundirte. Yo podría
ayudarte a hacerlo,
borrando todo
con mitos, que los versos
fabrican.
¿Te sería
agradable?

Pero es que yo también
crecí. Yo también
ya he escrito demasiado.
El poder fulminante
de las palabras,
de su no ser usadas todavía,
ya no existe Las hojas
se estremecen, sin embargo, sin sentido
ninguno, hermosamente,
en el viento que se está levantando!
Borrala de tus sueños, no
la compulses con lo real, que quede
desolada, de pie, en ese cuarto
de un recodo
del Infierno, una sombra,
una pesadilla de la vida.

Mañana pasará. Por las calles.
Y antes
que esto llegue a tus manos,
serán otras las modas, todo
lo que se puede y no se puede
hacer, y nadie
que la mire sabrá que en el cuarto
plantada en medio del calor
y del Infierno, sin lástimas
sin versos ni proyectos, la deseaste
tan sólo
porque el techo que la amparaba
era trágico como los olvidados sueños
de los viejos de enfrente
abandonados en el verano.

Sí. Mañana
la mirarán, le enviarán
como cartas con miradas, cartas
que jamás se leerán a sí mismas, que
quedarán en una poste restante
del alma, donde ella
jamás acudirá. Polleras.
Medias, andares. Muerte
fascinándose con el irle
detrás.
¿Y si acaso lloviera
entrarías, entonces,
más tranquilo?

Si la lluvia
hablara en tu lugar,
desplazara al silencio?

Deseada como lluvia.
Como al fresco en medio
del calor. Y no lo sabe.
No sabe lo que rodea
su atraer, las piezas
que franquean su pieza,
las líneas que a ella
llevan, esa tarde
desfalleciente
en una luz
manoseada e insípida.

La puerta oscura se abre,
la escalera como una caverna
se extiende ante tus pies,
la solitaria luz
de la bombilla huérfana, fulgura
al fondo y a lo alto. Subí.
Hoy la ciudad
lo hace posible.


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