lunes, 22 de agosto de 2016

PONELE



No sé presentar libros. Hablar en público acerca de las virtudes de un libro, de un autor, es una cosa que me aterra. Estoy sentado junto a Alejandro Schmidt a pedido de Carlos Ferreyra, editor de Recovecos y eso me hace sentir muy halagado. Recovecos es una editorial que en los últimos años ha jugado un rol fundamental en la difusión de la literatura, y felizmente la obra de Alejandro Schmidt se asocia naturalmente a su catálogo desde hace un tiempo.



Si alguien desea leer un estudio sobre la poesía de Schmidt, les recomiendo el contundente y revelador prólogo de la última edición de Serie americana, a cargo de Carlos Schilling.



Muy lejos me encuentro de esa capacidad analítica, pero tengo, sin embargo, algunos recuerdos y nociones con los que podría esbozar una presentación.



Mi primer contacto con Alejandro Schmidt fue un intercambio agresivo por correo electrónico. El diario La voz había publicado una nota acerca de la editorial La creciente, en donde explicábamos nuestra línea de trabajo, a la vez que editábamos uno de nuestros primeros libros. Alejandro, en un mail extenso, plagado de ironía política, cuestionó todos los preceptos de la editorial. Se lo respondí como pude, tratando de hacer funcionar los pocos datos que tenía sobre él a modo de contraofensiva kamikaze. Él pegó mucho mejor, aunque técnicamente saqué un empate inmerecido. Un par de años después, en un encuentro de poesía una persona con campera de jean hojeaba cada uno de los libros de nuestro stand con atención y avidez. De pronto se acercó y me dijo “Soy Schmidt, como te va”. Me lo había imaginado mucho más gordo, por las pocas fotos que había visto en un par de contratapas y en un reportaje en el diario, y no lo habría reconocido.



Luego, el tiempo, las actividades, hizo que nos crucemos en varias ocasiones.



Lo escuché pelearse con una señora del público en una lectura, lo vi levantarse de una mesa acusando de negociar la poesía a una gran figura de la literatura, lo vi viajar en un colectivo tres horas para leer ante quince personas sin pedir nada a cambio, intercambiar mails con gente que está comenzando a escribir, intercambiar libros, y difundir, siempre difundir, cualquier poema que le resulte interesante, sin preocuparse por cual es su origen y su destino.



Los anecdotarios me resultan apenas soportables en los asados y en los homenajes. Este no es un homenaje. Para Schmidt, un homenaje sería una condena.



Alejandro no asistiría si le rinden un homenaje. “No creo en los Beatles” decía el Lennon del ’70, y algo de eso puede respirarse en el discurso tracción a sangre de este poeta, que desde lo prolífico nos da señales muy claras de que en el arremangarse está la clave.



Schmidt parece decir: “no creo en Schmidt, creo en sus poemas”.






Una falsa disyuntiva ha intentado crearse entre la mal llamada poesía de los ’90 y otra poesía, menos vital, más tradicional y lírica, si se quiere, con predominio en el interior del país. Falsa en el esfuerzo por tratar de instalar esa posibilidad como si se tratara de una nueva opción binaria de las que este paìs ya nos tiene acostumbrados, pero mucho más falsa a partir de figuras como la de Alejandro, que no parte de ninguna de esas experiencias o premisas y que convive y opera con su lenguaje y sus poemas, con esas y otras posibles corrientes.



Schmidt no viene ni de Escudero, ni de Bustriazo ni de Juanele, no viene de Gelman, ni de Lamborghini, ni de Perlongher. No viene de Pizarnik ni de Carrera. Schmidt va hacia ellos, y, diría más, va por ellos.



¿Hace cuántos años que escribe? ¿Cuántos años le quedan? “la juventud es el oro de los tontos” dice, y  todas las mañanas se levanta con la misma edad, y la misma curiosidad por saber que nuevo poema se ha escrito para traerle belleza y preguntas al mundo.



Conozco gente que le teme, y ese es un dato positivo, le temen a la palabra de un poeta, que más se puede pedir.






Con todo esto que dije anteriormente, y para terminar, pensé en dos decálogos que comparto con ustedes:






Uno: ¿Por qué hay gente que mantiene distancia con Alejandro Schmidt?



Porque el personaje no se comió al poeta.



Porque los poetas más jóvenes lo leen con entusiasmo.



Porque dice que sí a todo lo que el progresismo canónico dice que no.



Porque dice que no le debe nada ni a Córdoba ni a Buenos Aires.



Porque cada vez que lo ves te puede poner en una situación incómoda.



Porque su agudeza no viene de la academia.



Porque no viene a pedirte nada.



Porque cuesta definir su línea estética dentro de la poesía actual.



Porque no necesita leer la Ñ para saber que su vecino escribe buenos poemas.



Porque no ha hecho nada más que trabajar para ocupar el lugar en el que se encuentra.




Y dos: ¿Por qué admiro a Alejandro Schmidt?



Porque el personaje no se comió al poeta.



Porque los poetas más jóvenes lo leen con entusiasmo.



Porque dice que sí a todo lo que el progresismo canónico dice que no.



Y así sucesivamente.



Muchas gracias.


Alejo Carbonell, a propósito de la presentación de los libros Videla y 60 poemas breves - Casona Municipal - Córdoba - Hace algunos años.


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