domingo, 12 de agosto de 2012

LAURA GARCIA DEL CASTAÑO (CÓRDOBA,1979)





Ayer vinieron dos hombres a la funeraria. Pesados, corpulentos, de cuarenta y pico pero maltratados, terriblemente avejentados, sudados, de camisa abierta hasta la barriga. Uno de ellos, Roque, ya lo conocía. Habíamos velado a la mujer el año pasado. Peritonitis. Este tipo es bonachón, tose y parece que se derrumba, tiene muy mala pinta pero todos los códigos puestos y me trata de “señorita Laura”. El año pasado cuando murió la mujer se fue con la promesa de afiliar al resto de familia, sobre todo a este amigo y a la mujer que era su cuñada, porque tenía también un dolor feo en el hígado. Ayer se murió la chica. Se murió a la siesta en la casa de ellos. Así que se aparecieron a la tardecita los dos. Si te pudiera explicar todo lo que vi en esos rostros. Todo lo que me contuve por no llorar. No tenían un peso. No tenían recibo de sueldo, porque hacen changas, no tenían ahorro porque todo se le fue en los remedios de la mujer, nada. Me querían sacar al fiado el servicio, entregarme quinientos pesos sólo para que vayamos a sacarla de la casa, para que no la vean los chicos. Y no se pudo. Nadie me pregunta qué significa para mí tener que negarle a alguien un cajón porque simplemente no tienen guita. Pero lo que más me pegó fue cuando se despidieron. Se me va a quedar grabada esa imagen y cuando digo grabada hablo de tatuaje, hablo de parálisis, de cuando algo tiene oleaje y sabés que vino para joderte y que va a repetirse…una y otra vez.
Los dos se alejaron caminando, al costado de la ruta, a buscar quien sabe que, la brutalidad municipal, la criminalidad de lo gratis y la sobra. Era el caminar y era el paso con tanta resignación y tanta entrega. Iban pegaditos, iban como pechándose. Y este, Roque, casi al cruzar la ruta le sobó la espalda a su amigo
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